miércoles, 11 de octubre de 2017

El laboratorio desde la mirada de una psicóloga.

Hacía mucho que no subía hasta el piso 9 del instituto médico donde trabajo hace cinco años. Volver a recorrer el laboratorio, los quirófanos, y tomar contacto con la "cocina" del centro de fertilidad fue nuevamente fascinante. Presencié una punción y la alegría de todo el equipo médico cuando en cada tubo de ensayo luego de punzar cada folículo, en el laboratorio veíamos (si, veíamos!) un oovocito en el microscopio y la embrióloga griataba para anunciarle a la ginecóloga en el quirófano: "¡oovo!". Pensaba en la incertidumbre de esa mujer que se había estimulado y que debía haber recorrido un largo camino para que sus oovocitos lleguen al laboratorio para ser por fin fertilizados y que se produzca ese momento mágico: la fecundación.
Espié un poquito el momento en que una médica le sacaba grandes pólipos a su paciente mediante una histeroscopía. Me preguntaba ¿cuánto tiempo habrá buscado un embarazo? ¿siempre supo de sus pólipos? ¿qué significaba para ella no tenerlos más en su útero?
Y por supuesto, también vi moverse miles de espermatozoides distintos, diferentes, largos, cortos, con cabeza, con dos cabezas, lentos, rápidos, tan únicos como cada uno de nosotros.
Los biólogos me enseñaron (y me mostraron) cuales son las células del cúmulus y cómo se pela un oovocito. Hablamos sobre las normas de control, cuidado e higiene.
Los quirófanos son espacios despojados de subjetividad. Pero los laboratorios son lugares donde la subjetividad se cuela en la fantasía y en cada procedimiento. Siempre, la esperanza en los tratamientos de fertilización asistida ocupa todo el escenario
Lic. Laura Wang